JAVIER CABRERA
(Gran Canaria, Islas Canarias, 1953). Poeta, antólogo y compilador, y editor literario. De sus doce poemarios publicados los últimos son: Exilios (2000); Salmodias (2002); Humus (2004); Huracán la Luz (Cuba, 2006); ardor del agua (2014) e Intemperie (Uruguay, 2019). Como antólogo y compilador lo último suyo publicado es Últimas elegías a Miguel Hernández. Poesía desde Canarias (Madrid, 2017) y Machado en los campos de Canarias. Poetas canarios a Antonio Machado (Madrid, 2019). Como editor literario coordina -con otros- la colección ‘Biblioteca Carlos Ramos’, dedicada al poeta de su generación, ya fallecido, Carlos Ramos, de la que se han publicado tres tomos de poesía. Asimismo, dirige la colección generacional de poesía ‘el mar hace…’ para la editorial Mercurio (Las Palmas-Madrid), de la que se han editado los dos primeros libros. En la actualidad prepara un tomo de poesía canaria dedicado al poeta Juan Ramón Jiménez, que se publicará bajo el título Juan Ramón, Isla y Poesía. Poetas canarios a Juan R. Jiménez, a editar por Mercurio editorial. Ha participado en numerosos congresos, festivales y encuentros literarios y ha ofrecido conferencias y lecturas en España, Portugal, Francia y buena parte de países iberoamericanos, como Argentina, Brasil, Cuba, Chile, Ecuador, México, Puerto Rico y Uruguay.
PANORAMA DE LA LITERATURA CANARIA:
A VEINTE AÑOS DE INICIADO EL MILENIO.
Puestos a elucubrar, uno podría imaginarse la ingente cantidad de libros que se habrán publicado en estas Islas los últimos veinte años desde iniciado el presente siglo. Supongo que miles. Tanto en poesía, novela, cuento o ensayo, tanto en antologías personales como propuestas colectivas y compilatorias. Y tanto a nivel institucional como en editoriales privadas o ya a título personal como edición de autores. La aparición y proliferación de nuevas editoriales habrá propiciado un terreno abonado para que el caldo literario fructifique. En los veinte años que va del nuevo siglo se habrá asomado al panorama literario una buena porción de nuevos autores, noveles y no tan noveles, en sus distintas expresiones. Imagino que, también, muchos otros habrán desistido, decepcionados por el ambiente, en publicar sus obras; algunos, incluso, han desaparecido de la nómina de autores que llegaron al final del milenio anterior publicando con asiduidad. Con todo y más que pueda quedar sin nombrar, ¿ha cambiado a mejor el panorama literario en el archipiélago? ¿Se ha sustanciado un corpus de la literatura hecha en Canarias? ¿O seguimos, tal que hace veinte años, en el mismo estado de zozobra con que acabó el siglo?
En el año 2000, entre los días 25 de junio y 2 de julio la casi recién estrenada, aún boyante y en expansión, Asociación Canaria de Escritores ‘Le Canarien’ celebró, en la Sede institucional del Gabinete Literario de Las Palmas, un Seminario-Debate bajo el título genérico de Fin de Milenio / Literatura Canaria: Estado de Sitio. La propuesta, organizada en dos Jornadas de comunicaciones, contó con la participación de 13 escritores que se avinieron a debatir en torno a lo que el titular promulgaba y que pareció requería tratamiento urgente ante la situación de precariedad, abandono y desidia que en aquel momento se presentaba en las Islas respecto, en concreto, a la literatura hecha en Canarias y por autores afincados en las Islas.
La primera jornada contó con la presencia de varios autores quienes expusieron sus distintas propuestas; así, Luis León Barreto, participó con “Literatura como reflexión insular”; Ervigio Díaz Marrero, con “La carta ignorada”; Pedro Flores, con “Todos somos excéntricos, todos somos centrales”; Andrés González Déniz, con “La edición en Canarias entre el silencio y la noche: los incentivos duermen, la difusión descansa”; José Manuel Brito, con “Como morir… escribiendo” y Javier Cabrera, con “¿Por qué Madrid y no Innsbruck?”.
En la segunda jornada se repitió la rueda de intervenciones con la presencia de Rafael Franquelo, con “El camino del libro”; Miguel Á. Sosa Machín, con “El libro a la deriva”; Salvador Sánchez García, con “Vericuetos terrestres insolidarios”; Juan C. de Sancho, con “Sueños de una noche de milenio o el espíritu de la ballena”; Marcos Hormiga, con “Un triángulo sin vértices”; Teodoro Santana, con “Creación, difusión, intermediación” y Antonio García Ysábal, con “Archipiélesis”.
PROPUESTAS QUE PRECONIZABAN EL SEMINARIO Y SUS AUTORES
Si bien se haría largo y engorroso desmenuzar o tan sólo entresacar algunas de las directrices y propuestas marcadas por las distintas comunicaciones leídas, sí conviene especificar que todas ellas contenían una forma de crítica, ya explícita ya soterrada, pero siempre de manera preclara, a la condición de zozobra con que se producía la literatura hecha en Canarias, a la condición de precariedad de los escritores y, sobre todo, al desinterés de las instituciones competentes del ramo, que, curioso, se movían a caballo entre la producción propia, con un sentido de arbitrariedad más que bipolar en cuanto a autores y obras a publicar o, bien, practicaban con sumo descuido, las más de las veces olvido, de cualquier obra literaria editada en las Islas que no contara con el beneplácito o la prebenda institucional.
Aquel ‘Seminario-Debate’ elaboró una serie de conclusiones que se enunciaron en Asamblea General de la Asociación, para conocimiento de sus asociados y público en general interesado. A tal fin, se conformó una comisión compuesta por Antonio García Ysábal –ya fallecido–, poeta y ensayista; Teodoro Santana, poeta; José Manuel Brito, narrador; Pedro Flores, poeta y narrador; Juan C. de Sancho, narrador y poeta y yo mismo, J. C., a la sazón secretario de dicha asociación de escritores en el momento de la celebración del Seminario. Entre el despliegue de conclusiones redactado a tal fin entresaco algunas de las que me parecen más notorias y destacadas, como:
1. La literatura canaria se encuentra, históricamente, en un estado idóneo de calidad y cantidad de autores, con un alto nivel de producción, destacando en ella la incorporación de nuevos escritores con una mayor formación y una orientación menos localista.
2. Por este motivo, la insularidad ya no debería representar una dificultad sino, bien al contrario, una ventaja para nuestra literatura, una garantía de independencia y originalidad.
3. Deben establecerse políticas y medidas tendentes a superar los obstáculos y la fractura existente entre los escritores canarios y sus potenciales lectores.
4. En especial, y según se ha desprendido de las opiniones generalizadas expresadas en las diversas comunicaciones, deben afrontarse las dificultades siguientes: La muy escasa presencia de los libros canarios en nuestras librerías, así como la inadecuada atención a los mismos. La insuficiente red de bibliotecas en las que, la presencia de los libros de autores canarios es aún insuficiente. La existencia de una red de distribución pública –y/o privada– que garantice la difusión de los libros de autores canarios, tanto dentro como fuera de las Islas; así como un sistema ágil y eficaz de catalogación y almacenamiento. Se hace ver la descoordinación, así como una política insuficiente sobre las mismas, en las publicaciones de las distintas administraciones públicas canarias: Comunidad Autónoma, Cabildos Insulares y Ayuntamientos. Se hace notar la carencia generalizada de hábitos de lectura entre la población canaria.
5. El acceso a su propia literatura es un derecho de los ciudadanos canarios. Por tanto, la remoción de esos obstáculos nunca corresponderá a la satisfacción de demandas gremiales sino a la satisfacción de un derecho democrático básico.
Además, e igualmente, aquella Comisión de conclusiones recogió en una Adenda una serie de peticiones, tanto colectivas como personales, trasmitidas por sus asociados que quedaron resumidas en la siguiente serie de puntos: Creación del Instituto Canario del Libro. Institución de Premios de la propia ACE, con un apartado especial para autores noveles. Medidas de potenciación de los hábitos de lectura en centros educativos y bibliotecas. Programación de actividades sobre Literatura-Escuela y Libro-Forums. Elaboración de material pedagógico –en todos los niveles– sobre literatura canaria. Establecimiento de convenios de trabajo y seminarios con la Universidad de LPGC. Establecimiento de convenios de trabajo con asociaciones de libreros y otros grupos de fomento al conocimiento de la literatura y la lectura. Establecimiento de relaciones y acuerdos de trabajo y colaboración con otras asociaciones de creadores de Canarias. Establecimiento de relaciones con el resto de las asociaciones de escritores de las Comunidades Autónomas, así como de otros países. Desarrollo de mecanismos de financiación pública y privada para la edición en Canarias. Creación de una Ley Estatal de Mecenazgo o de una ley local en igual sentido. Promover iniciativas de traducciones y ediciones orientadas a lectores de otras lenguas para la literatura hecha en Canarias.
Fue una suerte, además, contar en aquel momento con la anuencia del director de publicaciones del Cabildo de Gran Canaria, Jesús Bombín, también fallecido, lo que nos permitió elaborar una publicación avalada por Ediciones del Cabildo de Gran Canaria, editada con el citado título: Literatura Canaria / Fin de milenio: Estado de Sitio [ISBN: 84-8103-234-4 / Depósito Legal: 1417-2000; 144 pp.]. Sin duda, una propuesta bienintencionada y en pro del logro de un panorama más apropiado y más justo para con la literatura hecha en Canarias hasta aquel momento y de cara al inmediato futuro siglo (esta vez milenio) por llegar.
¿QUÉ HA MEJORADO EN ESTOS VEINTE AÑOS PASADOS?
Han transcurrido, por tanto, veinte años desde la celebración de aquel Seminario y visto, y repasado, el panorama actual, al cabo de estos veinte años y a pesar de algunos logros, más particulares que colectivos, más personales que asociativos, caemos en la cuenta de que poco o, cuando menos, muy poco ha cambiado y mejorado el panorama referido a la literatura hecha en nuestras islas. Sí, bien es verdad que se ha fomentado la edición privada y han surgido algunas editoriales y pie de ediciones, pero que tampoco han venido a solventar el asunto de la representatividad y visibilidad global de la literatura y los escritores canarios, no ya en el exterior o en territorio peninsular, ni tan siquiera fuera de un contexto insular o comarcal. Curiosamente, y no obstante, alguno de las sugerencias catalogadas por aquel Seminario, como por ejemplo fue la creación de un Instituto Canario del Libro, tuvo una rápida respuesta en la conformación de la Dirección General del Libro, acogida en el seno de la Consejería de Cultura del Gobierno de Canarias, pero gozó de tanta vida como duración en el cargo de la persona promovió la idea. Sí, han surgido, a veces como setas y mal estructurados o estructurados para un fin específico, talleres literarios que, si bien han fomentado la cantidad nunca lo han hecho en aras de la calidad o la incorporación seria de nuevas remesas de autores al elenco literario canario y sí han fomentado, en cambio, la desmedida edición de autor y la proliferación de libros colectivos y/o compilatorios, por otro lado mal llamados ‘antologías,’ de todo tipo, orden y deriva nada aclaratorias ni que hayan servido para decantar seriamente la calidad literaria en las Islas.
Comentar en este punto que aquella ACE, Asociación Canaria de Escritores ‘Le Canarien’, fundada en su día con tanto cariño y ahínco por escritores como Alfredo Herrara Piqué, Luis León Barreto, Cristina R. Court, Emilio González Déniz y el firmante de este artículo está, a día de hoy, enterrada y desaparecida; pero no sólo ésta, la también siguiente creada, la ACAE, Asociación Canaria de Escritores, así, más genérica, también quedó suspendida de la nada y en paro orgánico de por vida. Sin embargo, y mientras escribo estas líneas, me entero de que ha surgido en fecha reciente una nueva asociación de escritores, lo cual es de admirar, bajo las siglas ACTE, Asociación Cultural Canaria de Escritores y, por tanto, qué menos que desearles mejor vida o, al menos, de mayor duración en el tiempo que las anteriores.
SIEMPRE MALOS TIEMPOS PARA AFRONTAR PROYECTOS COLECTIVOS
Cabe aquí una pregunta: ¿No estamos hechos los canarios para el asociacionismo y favorecer la creación de colectivos de autores y creadores en nuestras islas? ¿Prevalece, por tanto, el individualismo y la búsqueda de logros y prebendas de manera particular y por cercanía, ya al bando político o de intereses que puedan generar favoritismo y desigualdades? ¿O tampoco es este un hecho tan extraño y es tan común como en el resto del territorio nacional?
Igual suerte, o el mismo orden de resultados, han corrido los varios intentos por sistematizar los Encuentros o Festivales literarios reglados o, ya de orden mayor, los Congresos de Escritores que nunca han gozado de buena salud en esta tierra y casi siempre han estado presididos por maneras sesgadas y asuntos más extraliterarios que el propósito central que debieran perseguir. Lo cierto es que, con todo y transcurridos esos ya dichos veinte años, nada o casi nada, en apariencia, parece haber cambiado para la obtención del verdadero fin en pro de favorecer la creación literaria, la visibilidad de los autores y un ambiente cuidado en torno a la literatura producida en las Islas.
¿INSTITUCIONES PARA REPRESENTAR O ‘REPRESENTARSE’?
En otro orden de cosas, tampoco no parece que el afianzamiento de la nueva Universidad en la Isla, desde su parcela de Humanidades, o la creación de una entidad como la Academia Canaria de la Lengua haya favorecido en mucho la mejora del hecho literario y la consideración del autor canario. Igual me engaño y estas no son instituciones con la orientación que uno espera de ellas y sea otra la función y cometido de sus intereses y dedicación, pero apena, y mucho, que siendo instituciones de reciente creación acaben fomentando un comportamiento tan enquistado y sesgado, tanto en una como en la otra, de la realidad literaria, y no tan literaria, acaecida en Canarias. Instituciones y componentes totalmente ajenos y ausentes, a veces autistas –siempre habrá excepciones, por descontado– de la vida cotidiana con que se manifiesta y produce la literatura canaria.
Así las cosas, imagino a muchos en desacuerdo con las ideas aquí expuestas, a otros compartiéndolas, pero con un punto de vista bien distinto del estado de cosas y a muchos más con total indiferencia a cualquier opinión que aquí se vierta. Y, desde luego, uno deberá aceptar cualquier actitud de la manera más deportiva, sin acritud, incluso con buen humor. Pero, al cabo, esa precisamente, es la actitud menos apropiada en momentos como los que vivimos, de enquistamiento y orejeras puestas adrede con lo que pueda sucederle a la literatura canaria elaborada al borde del nuevo milenio. O nos ocurrirá como ha venido sucediendo hasta hoy y sucesivamente: Fomento del sectarismo y asentamiento del pesebrismo, individualismo a ultranza del ‘sálvese quien pueda’ o ‘tonto el último’, capillitas de iluminados y otros menesteres más que ajenos, las más de las veces, al hecho literario en sí.
Todo esto, por supuesto y más que por sentado, al margen de la buena suerte que puedan correr las obras de algunos, o muchos –¡Ojalá!–, escritores canarios situados en las mejores listas de ventas, pero, sobre todo, en las mejores listas de calidad de la literatura española del momento. La mejor de las suertes para ellos y sus libros, siempre
VA DEVUELTA AQUELLA “CULTURITA” CANARIA
«La literatura y el arte en España es casi siempre
una apuesta a favor de la historia política y corre,
por lo tanto, los mismos riesgos que ésta».
José Carlos Mainer, historiador
A final de la década del noventa, del pasado siglo XX, tanto en la ya desparecida revista Anarda como en la prensa local, el poeta, pintor y agitador cultural Manuel Padorno propuso una serie artículos en torno al tema de la cultura en las islas; el estado de cosas en aquel momento y su planteamiento para una contrastación definitiva o en buena medida y su dimensión precisa. Reviso aquí aquellas ideas.
Este maldito parón por el Covid-19 nos ha obligado a algunos, sin pretenderlo casi, al ejercicio de recuperar memoria, volver atrás a rebuscar afirmaciones confusas o vagamente situadas y afirmar o negar, definitivamente, algunas de las visiones que teníamos sobre la cultura insular a caballo entre finales del pasado siglo XX e inicios del presente siglo XXI y, a la sazón, salto entre milenios. Uno de esos entretenimientos porque sí, por ser un empecinado, ha supuesto revisar artículos y textos culturales del momento vertidos en revistas o la prensa local de la época. De entre ellos recordaba, someramente, algunos de los publicados por el poeta y pintor Manuel Padorno, en torno al trillado tema de nuestra cultura canaria y las varias ramificaciones a su consideración.
¿“CULTURITA” COMO SÍNTOMA?
Tenía especial interés en buscar los citados artículos de Manuel Padorno porque alguno ya, desde su titular, ofrecía una conceptuación de “lo nuestro” en la acepción que tenemos los canarios para definir lo cercano, lo doméstico, lo cariñoso, con esa acentuación en el diminutivo. Así fue, en el número 1 de la ya desaparecida revista Anarda, en la sección de cultura, página 49, y con fecha de diciembre de 1998, encontré el primero de ellos: precisamente aquel que, titulado “La culturita canaria”, daba inicio a la serie. Puesto a la tarea de la relectura y comprensión de los postulados del artículo, me di incluso a imaginar su puntual ascendente caso de ser publicados tal que ahora mismo, a fecha de hoy.
Tenía, lo adelanté, una idea vaga, más sugestiva que certera –el mito que supera siempre al recuerdo–, de lo que Manuel Padorno trataba en él (en ellos), no dejando de abarcar el autor temas fundamentales para la cultura que se hacía, se ofertaba y se percibía en las Islas en aquel momento. Asuntos tan importantes, alguno de ellos hoy realidad, como la sistematización de estudios críticos y la edición coordinada de las obras de nuestros autores claves para entender el desarrollo histórico de la Literatura Canaria o hecha en Canarias, desde su poeta fundacional Cairasco de Figueroa hasta nuestros días; la casi obligatoriedad institucional de abordar el proyecto desde la concepción de servicio público a la sociedad canaria; la elaboración necesaria de un ”paisaje cultural canario” o los trabajos ya iniciados –recalcaba el autor– para la concreción de una Academia Canaria de la Lengua, que el poeta, reitero, desglosaba en aquel primer artículo. Lo que sí nunca me quedó del todo claro es si Manuel Padorno, en la nominación, se inclinaba por el apelativo cariñoso o la acepción peyorativa. Aun hoy.
EL NOTORIO REBUFO POLÍTICO
Dos artículos más insistían en la idea programática y nervadura central del discurso. Un siguiente artículo, de título, “Instituciones culturales que faltan”, de igual manera publicado en la revista Anarda, Nº 2, sección de cultura, página 47, enero de 1999; desglosaba lo que el autor consideraba eran/serían instituciones indefectiblemente necesarias para consolidar la manera canaria de modelar y manejar el idioma y, sobre todo, de estructurar la lengua: su distintivo canario. Acometía la reciente y satisfactoria creación de la Academia Canaria de la Lengua y lo fundamentaba más desde una orientación política que desde una óptica cultural o educacional, narrando en sí el trasiego de los tantos sucesos con clara presencia/influencia política hasta concluir en el logro de la tal Academia.
El segundo tema planteado versaba sobre la creación de un Instituto Canario del Libro, planteado como la institución que concentraría toda la edición habida en Canarias, tanto desde las diferentes instituciones como desde la iniciativa privada, por parte de las editoriales a tal fin o, incluso, desde la edición particular de autor. Se encargaría dicho Instituto, no sólo de la catalogación y conservación de dichas publicaciones sino, también, de la distribución y más, de la difusión en todo campo o aspecto que afectara al recorrido del libro canario. Eso sí, siempre desde la óptica de la intervención política y no desde la iniciativa comercial, por industriales del ramo de la edición, o colectiva, a través de cooperativas o sindicatos de escritores y; por supuesto, con carácter totalmente independiente del asunto político. Y, por supuesto, sin obviar su utilidad pública y democrática.
Un tercer punto en el artículo era el que concernía a la creación de una Asociación de Escritores Canarios (que podría estar integrada en el Instituto Canario del Libro), sugería ya el autor e, igualmente, auspiciada con voluntad política. Se extendía la idea, asimismo, a la creación de los distintos y diversos Museos (o Centros) de Arte Contemporáneo con fijación en cada una de las islas y, de ser posible, muestrarios de la obra de los artistas canarios principalmente y aunque no articulaba el modo de acometerlo sí que imagino que lo vería, en igual medida, desde la necesaria óptica devenida de la política.
Centrados en el último punto, el referido a la creación de la Asociación de Escritores Canarios, debo recalcar aquí que, en la fecha que Manuel Padorno publicaba su artículo, ya existía la denominada Asociación Canaria de Escritores ‘Le Canarien’, fundada y registrada en octubre de 1998 por los escritores Alfredo Herrera Piqué, su primer presidente, Luis León Barreto, Cristina R. Court, Emilio González Déniz y yo mismo, y, dato curioso, el propio Manuel Padorno asistió a la Asamblea informativa y constituyente de dicha asociación, celebrada en el Gabinete Literario de Las Palmas que fue, durante los primeros cuatro años de rodaje, su sede institucional.
Fue aquella una Asociación de total ambición civil e independiente y, sobre todo, pretendía ser profesional, sin interferencias políticas pero, sí, desde luego, beneficiara de subvenciones regladas y de obligatoriedad oficial. Entre otros eventos la Asociación programó un ‘Seminario’ en el cual, de nuevo coincidencia, se ponderó la creación, para el caso, no de un Instituto del Libro, pero sí de una Agencia Canaria del Libro, con funciones muy semejantes al Instituto planteado por Manuel Padorno, pero de carácter autónomo e independiente y con la misión de aglutinar todo el contexto de la producción editorial y promoción del libro de autores canarios. Nunca una supeditada a la otra o integrada en una sola opción. Sin embargo, aquella Asociación, como alguna otra más de igual índole –ya lo comenté en artículo anterior colgado aquí también–, pasó a mejor vida y feneció por inanición voluntaria de sus propios asociados… y hasta la fecha.
Pero antes de cerrar este apartado, cabe ya preguntarse: ¿Tan dependientes éramos / ¿somos aun? / en el campo de la cultura, para que todo se depositara en la voluntad política o en una forma específica de concebirla? ¿Entre 1978 y 1998, una vez más otro intervalo de veinte años, nunca se pusieron en marcha, desde la sociedad civil, mecanismos que posibilitaran dialogar con cierta entidad de respuesta ante los estamentos políticos de la época? La respuesta, una vez más, y de forma inequívoca, es no. Visto con perspectiva de cuarenta años, demasiados asuntos durante demasiado tiempo, resueltos mediante la cercanía, el ‘amiguismo’; dependencia y/o favores, clientelismo o intereses espurios de una y otra parte, que de todo habría y es probable que ninguno de los ‘favorecidos’, y menos aún ’los favorecedores’, quede libre a la especulación.
¿NACIONALIDAD (CULTURAL) CANARIA?
En un tercer artículo, de título “Hablando en canario”, aparecido igualmente en la revista Anarda, Nº 3, sección de cultura, página 47, con fecha de febrero de 1999, Manuel Padorno acomete el Derecho de Uso de “lo canario”: del habla canaria, como distintivo de personalidad y afronta dos puntos claves en ese cometido: “1. El contenido canario. 2. Estudio de la literatura canaria”. El primero, referido a la serie de publicaciones, estudios ensayísticos y obras de creación literaria y/o referidas a las Islas, en la necesidad de ahondar en su conocimiento, protegerlas, ponderarlas y difundirlas allí donde fuera posible y en un radio de acción donde la referencia de “lo canario” más abundase –ejemplo de países Hispanoamérica-nos donde “lo canario / el canario” tuvo una presencia vital histórica–. O, incluso, ponderarlo en países europeos sensibles por su relación con las Islas. El segundo punto se refería, taxativamente, a la necesaria obligatoriedad de establecer, de forma reglada y definitiva, los estudios universitarios referidos a la literatura canaria y creación literaria habida por escritores canarios o en Canarias.
En definitiva, sacarse el miedo ancestral a pronunciarse como identidad de una nacionalidad o nación canaria: al cabo, la literatura, y por ende la cultura, como fundamento para el basamento de una ‘política’ y reconocimiento de Estado: la Nación la ordena la lengua, apunto yo, acompañando a George Steiner. Y cerraba el artículo declarándose, decía él, al igual que Neruda, que se declaraba chileno y universal, o Juan Ramón Jiménez, que se decía de sí ser un andaluz universal; él mismo, se consideraba, por tanto, un autor canario universal. Y, al cabo, escribir en canario. Aquí, sin embargo, no termino de compartir esa visión tan magnánima, pues las más de las veces no depende del emisor sino se estará sometido a la percepción del receptor. Uno puede estar creído de conformar nación, pero no siempre te ven así desde fuera a la hora de recibir, percibir y asumir el mensaje que se les propone desde el origen, por muy atlántico o universal que aquél parezca. Este fue el último artículo de Manuel Padorno, referido a la temática, que acerté a ver publicado en la citada revista Anarda. Desistí acudir a la prensa diaria por parecerme que en aquellos tres ya se estructuraba el pensamiento de cultura canaria, para Canarias y/o en Canarias que exponía el autor.
Ahora bien, pasados ya más de veinte años desde aquel lejano análisis del poeta y pintor, vueltos a enfrentarnos a la tesitura de llamar a nuestra producción cultural “culturita”, reitero mi apreciación, como ya esbocé al inicio del artículo, de que el diminutivo en el habla canaria tiene ese carácter de uso específico para definir lo cercano, lo cariñoso o lo familiar; pero, y atención, también abunda en una deriva peyorativa y desciende al calificativo de ‘acomplejamiento’ cuando admite la asignación del diminutivo como un apelativo de lo inmediato y local, sin valor de propugnación ni trascendencia; lo pequeño y dado por poco, sin afán de envergadura intelectual o conceptual; lo que va a quedar sólo entre nosotros, las más de las veces pocos, y nunca alcanza representatividad fuera del ámbito reducido e inmediato. Sea, cultura de patio interior, de andar por casa, nomás.
CUESTIÓN DE DESÁNIMO PROPIO
Somos mucho de decir, y aquí va aplicado con referente literario, aquello de: “Vi que te publicaron un articulito en prensa”; “Hombre, no te quejarás, incluyeron poemitas tuyos en la ‘Antología de la Poesía Atlántica’”; “Aún no he tenido tiempo para hojear tu librito”, o más deprimente: “¿Cuántos libritos llevas publicados?”…; dando por sabido de antemano que el trasunto referido no prosperará más allá del ambiente inmediato al autor, amigos y conocidos, o teniendo como asumido por la mayor y aún peor, que cualquier obra de creación producida en las islas nunca tendrá, no ya un alcance fuera de su ámbito o territorio, sino en estancias donde sólo llegarán lo que es válido por universal –insiste ahí Padorno–, o aquello que siempre y por fuerza mayor, nos llegará del exterior y tendrá, indefectible-mente, más valor y/o trascendencia que todo lo producido aquí. Y, sumado, casi insinuando un doble juego de menosprecio.
Con poca imaginación se solventa que al hacerlo extensivo al resto de los campos y manifestaciones diversas de las artes, por deducción, tendremos el resultado factible de la inapelable “culturita”: a lo más que llegamos como máximo logro. Será lo que finalmente doy en llamar, y que es extensible a casi todos los ámbitos del ver, del saber y del entender, el “complejo del colonizado”: siendo éste, el habitante ‘pululante’ de una sociedad deprimida y un espacio cultural asido a una mirada depresiva y hecha desde el autodesprecio; o cayendo en el fatalismo, desde la autocomplaciente convicción de ser inferiores. Así, y comparto aquí el punto de vista de Manuel Padorno, jamás constituiremos ni construiremos identidad propia, ¡ojo!, que no idiosincrasia –he acabado por odiar el término–; eso nunca, ¡cuidado!: esa, que sirva de “enyesque” a otros, con chorizo de Teror, ron de Telde y pan bizcochado de La Montaña de Gáldar; ciudad, por cierto, de enhorabuena, por la celebración del Centenario del nacimiento (1920-2020) de su más emblemático artista plástico, Antonio Padrón (1920-1968). ¡Felicitémonos!